30 sept 2009

El limpiador de María Magdalena OVIEDO


Estaba empapada de sudor y necesitaba una ducha. Apenas había jugado 10 minutos y se disculpó con una excusa cualquiera. Dejó la cancha de tenis y se fue a la cafetería a que Jean Pierre le sirviera un gin-tonic con unas gotitas de limón exprimido y mezclarlo con valiun 10.
De esta manera se animaba y dejaba de pensar en la zorra de su prima Isabel, su mayor competidora a la hora de seducir a Jose Roberto, el hijo del dueño de una empresa telefónica. Isa no paraba de abrazar y frotarse a Jose con cualquier escusa: celebrar un punto en el partido, pedir ayuda para abrocharse tal prenda…
Jean Pierre le atendía con esa sonrisa y esa actitud servicial y agasajadora, esos pectorales marcándose en el polo y ese trasero espartano que ya había pellizcado alguna vez en alguna fiesta del club de tenis, un poco más borracha de la cuenta. Faltaría poco para, un día de estos, se le echara encima metiéndole un puñado de billetes en la bragueta. A la tercera copa ya le había hecho efecto el valium y se estaba poniendo demasiado cachonda insinuándose a Jean Pierre, que la miraba con su sonrisa servicial. Necesitaba una ducha.
Camino a los vestuarios tuvo que pasar cerca de su prima y Jose Roberto. Menuda Zorra con ese culo más duro que el de ella, y para encima, su padre le había dado permiso para operarse las tetas después de simular varios desmayos, crisis de ansiedad y depresiones por sentirse fea sin pecho. Se hacía la interesante porque iva al psicólogo, decía que tenía el síndrome de Stendhal
, que consistía en tener tanta sensibilidad artística que se echaba a llorar si veía una obra que la sobrecogiera. Lo único que le quedaba ahora mejor que a Isa era el pelo. Se moría de envidia cuando el propio llongueras, en una gala benéfica en el auditorio Principe Felipe, la invitó a un desfile de modelos para la marca de productos cabelliles.



No entendía cómo eran capaces de vivir todas esas chicas a las que veía desde su Porche cruzar la calle con aquellos horribles pelos. Porqué no ivan a un estilista de una maldita vez? Las odiaba, y daba gracias a Dios por no ser una de ellas.
Le pidió una toalla al chico de las toallas, que también era el encargado de los servicios. No soportaba cómo la miraba él, con miedo y deseo. A veces como con odio. No entendía cómo un insignificante empleado pudiera llevar tantos años trabajando ahí siendo tan feo e inepto. Se divertía con él haciéndole la vida imposible cuando algo la ponía furiosa. Le hacía dar mil y un viajes pidiéndole otra toalla para secar el pelo, otra para los pies, otra para sentarse en el banco del vestuario y otra para el pelo después del 2º tratamiento de suavizante. Ya le había humillado infinidad de veces en público y le gritaba por cualquier error, aunque éste no exixtiera. Eso la relajaba.

Se desnudó y comenzó a ducharse librándose de los distintos fluidos que la adherían a su ropa blanca de tenis. Cuando terminó se fue a la sauna tarareando la última canción de Pig Noise que sonaba alta en el hilo musical. Esta vez se recreó pensando en Jean Pierre con la cara de Jose Roberto, se imaginaba que él le decía en una cena romántica que la deseaba, y que no podía más, quería irse con ella a vivir a su mansión en Dubai. Que no aguantaba ya a la estúpida de Isabel y que estaba enamorado de ella. Ella se hacía de rogar y él le pedía perdón mientras la cogía en brazos y a pesar del simulado forcejeo de ella, la llevaba a la suit , la arrojaba a la cama y se desabrochaba la camisa dejando al aire esos pectorales de gorila…
Y así se pasó recreándose más tiempo del de costumbre, cuando abrió los ojos vio que estaba la sauna llena de vapor y apenas se podía ver. El reloj de la pared indicaba que pasaban cinco minutos de la hora del cierre del club. Se puso las toallas y abrió la puerta de la sauna, comprobó que se había olvidado de bajar la persianita del ventanuco, le daba igual. Al cerrar notó que le resbalaba la mano por el pomo. Había tocado algo pringoso y… juraría que aquel liquidillo estaba caliente en contraste con el frío del metal del pomo de la puerta. Se puso la mano delante de la cara y no tardó en reconocer el tacto, olor y viscosidad de lo que ella consideraba una generosa corrida humana. La sensación de duda dejó paso a la de terror, apenas pasando por la de asco, cuando al retirar la mano vió el reflejo en el ventanuco de la puerta de alguien que estaba detrás.
Se dio la vuelta, y antes de sentir el mango de la escoba abrirse paso por la cuenca de su ojo izquierdo, se acordó de que esa tarde tenía cita en el salón Spa para pasar al tratamiento de nutrición supervitaminado de Aloe Vera.

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