El inicio de un sábado cualquiera
“Hay dos clases de personas, las que, en una situación de repentino y espantoso ridículo, se quedan paralizadas; y las que reaccionan valientemente a la velocidad del rayo”
Poli era camarero en la cafetería de la facultad de Biología. Cuando le preguntaban cuánto tiempo llevaba trabajando ahí decía que "toda la puta vida", aunque tenía 28 años. De estatura normal mas bien bajo, medio calvo ya, de mirada mustia, y le faltaba medio índice izquierdo; con lo que se ganó cierta fama jocosa entre los estudiantes en todos aquellos años y el mote de Nueveymedio.
Digamos que no era una persona demasiado extrovertida. Su vida se reducía a levantarse temprano, ducha, a la calle, Mp3, autobús, facultad, café, jornada y para casa; porro, TV y a la cama. Los fines de semana eran su perdición. No es que se tomara esos días con especial ilusión, pero una vez entrado en materia alcohólica se transformaba cual licántropo y destruía y gastaba todo lo que construía y ahorraba en su vida semanal.
Poli salió de casa, “cagao, meao, pajeao y duchao” como diría el Kajetilla, con su chupa North Cape, vaqueros, zapatillas de skate y una cadena que le colgaba en el pantalón como toque macarra. Su estilo, su uniforme de batalla, con el que se sentía cómodo. Como era de costumbre, paró en el Orbayu a tomar la “chispa” para ponerse un poco a tono, quitarse el nerviosismo y hablar con su querido barman Nicanor.