31 dic 2010

Muerte en la ciudad de la muerte, capítulo IV

O de cómo Polilla fue durante un tiempo el detective improvisado más audaz.

"En la vida hay dos clases de personas, las que saben ocultarse tras un seto y las que no"







Poli se despertó a la hora de siempre. Siguió el ritual mañanero acostumbrado. Pero esta vez se saltó una parte del proceso.  No se sentó en la cama unos instantes a meditar y maldecir la jornada que se presentaba como todas las demás jornadas, como su vida. Se saltó esta parte por que hoy, al igual que para sus clientes, iba a ser un día muy especial: La espicha de la Facultad de Biología.



Trabajaría en la cafetería hasta media mañana y después ya podía unirse al bebercio y el jolgorio de los universitarios. Y no solo de los universitarios, de hecho, por ahí iban a estar al pie del cañón algunos amigotes que, como él, en toda su vida no habían visto un aula universitaria. Pero ser un crápula de la noche implica relacionarse con gente del entorno universitario. Porqué no decirlo, universitarias. Esa palabra mágica que precedida de “está lleno de”, hace que los crápulas, los tunantes, los merodeadores, los canallas, los pendones, y todo ese respetable sector de la población acuda al local al que se hace referencia.
Como todos los días de fiesta Polilla se duchó a conciencia, se masturbó sin esforzarse en recrear un buen guión ni un buen escenario. Descargar. A polilla se le habían metido bien hondo en la cabeza los consejos prácticos y máximas filosóficas del Kajetilla y de Nicanor. “Cagao, pajeao y duchao hay que salir. Y en ese orden”
La mañana pasó rápida y cuando polilla se quiso dar cuenta ya estaba en los abarrotados jardines de la facultad con un cachi de calimocho en la mano tratando de conversar a pesar del tema facilón que salía atronador de los bafles alquilados por los alumnos. Reía con Kajetilla y con Nakas recordando anécdotas humillantes que les ocurrieron en el pasado. Si un fino licenciado en filología hispánica reparara en ellos en ese momento no entendería nada de la conversación, saturada de gruñidos, gestos obscenos y risas lunáticas que salían de sus anestesiadas gargantas. La diversión radicaba principalmente en ver pasar a las chicas y burlarse de los chicos. “Siempre rozando las ostias”, como predicaba el gran Kajuna. No tardaron en integrarse a un grupo de chicas de las que dos eran amigas de Nakas. A las cinco de la tarde la borrachera general era ya un hecho. Las expectativas de mucha gente estaban ya cumplidas y cada vez quedaban menos almas en los jardines.  Y aquí comienza una de las mejores anécdotas de nuestro héroe, el Sargento Polilla.

Quedaban ya pequeños grupos esparcidos por el recinto de la fiesta. Polilla estaba encantado hablando con una de las amigas de Nakas. Ella le hacía caso y la conversación fluía bien. Nadia era alta, delgada y guapa. Levaba unos pantalones grises ceñidos y una sudadera surfera de marca para chicas. Se mostraba muy simpática y buena receptora de los comentarios agasajadores de los chicos. Le entraron ganas de hacer pis y se empeñó en no ir a los lavabos porque según ella era hacer un largo rodeo. Le dijo a Poli que la acompañara a un rincón del césped que estaba oculto para que cuidara de que no la viese nadie. Poli accedió diciendo que más que nada iba porque él también quería mear, pero por dentro los nervios del estómago le bailaban el cachachok, aunque la situación la controlaba gracias al alcohol ingerido. Llegaron al lugar indicado. Nadia, sin más le pidió ayuda a Poli para que le desabrochase los pantalones. Hasta ese momento Poli no estaba seguro de si había pillado cacho, y entonces una sensación de triunfo inminente tiñó su cerebelo. Se puso a desabrochárselos, era complicado, tenían como cierre en la parte de la bragueta unos cordones con agujeros cuyo funcionamiento era como el cierre de una zapatilla. En cuanto a desatarla la chica le dijo que lo hacía mejor que su novio. Pero en realidad Poli estaba peleándose con aquel condenado nudo sin muchos progresos. Y al final tuvo que ser ella la que se liberase. Poli se dio media vuelta, se alejó dos pasos y comenzó a mear. Continuaron hablando mientras orinaban y Poli no pudo evitar echar un vistazo furtivo al precioso culo de la muchacha. Un esclofrío latigó su ser y algún tipo de células segregó algún tipo de sustancia en algún órgano de su cuerpo. Se arengaba a sí mismo: “Sargento, lo tienes a punto de caramelo, a ver cómo nos lo hacemos. ¡Venga tíiiio mecagoentodo!”. Al terminar los dos de orinar Polilla se ofreció para volver a abrocharle los pantalones y así lo hizo. Volvieron a la zona donde estaban los demás colegas. Al rato hubo que mear otra vez y en esta ocasión Poli fue el que sugirió ir a la facultad de al lado, la de Medicina, que de paso se podrían colar en la planta alta donde se exponen cuerpos humanos, órganos laminados y cosas que sonaban a “chica se abraza a chico al ver una película de terror”. Hacia allá fueron los dos charlando divertidos. La cuestión es que entraron en la facultad y subieron por las escaleras hasta la última planta. Pero la zona de la exposición de cadáveres estaba cerrada. Se colaron en un aula en el que un profesor daba clase a cinco o seis alumnos. Era una clase parecida a las de las películas americanas, en forma de anfiteatro bastante vertical. El profesor les vió colarse por lo que decidieron salir en busca de mas aventura. Polilla estaba llegando a la desesperación por llegar al momento de besarla. Besarla aprovechando alguna situación propicia, algún lugar que invitase a ello. Y se le ocurrió una idea que le pareció divertida. Había una escalera de mano que llegaba a unos ventanales altos. Subieron. Y al incorporarse tras pasar por las ventanas vieron un paisaje impresionante.


El techo de aquel enorme edificio tenía forma de embudo donde convergían infinidad de terracitas bajando nivel a nivel hacia el centro. Era un lugar enorme, impresionante y guardado de toda mirada ajena. Llegaron a una terraza intermedia y ahí se quedaron sen saber qué hacer pronunciando dos o tres frases mecánicas sin ningún interés. Nuestro sargento se armó de valor. No podía fallar, no había lugar para la equivocación, era imposible el rechazo, todo apuntaba al cúlmen de la maniobra. Esos instantes deliciosos en los que sabes que vas a triunfar. La encaró, la cogió de la cinturita y la fue a besar.
Desde el principio de los tiempos, en los que el hombre comenzó, titubeante, a honrar a la Tierra con sus primeros pasos hacia hegemonía sobre ésta; hubo siempre un miedo en el corazón de todas las almas luchadoras. Un miedo mayor que el que sufre el campesino que ve cómo arde su aldea por el ataque del saqueador en la estepa mongola. Un miedo que supera con creces al que siente el soldado medieval parapetado en su trinchera en un alto, y ve al ejército enemigo, una marea que avanza sin pausa cubriendo todo el valle, de la que se pueden ver las primeras líneas acercarse pero no las últimas, que se pierden todavía tras las colinas. Un miedo producido por la maniobra más humillante, terrorífica y espeluznante: la cobra. La famosa cobra. El movimiento cobra. Invocado por brujas y chamanes contratados por reyes y emperadores para deseárselo a sus peores enemigos. La demoledora cobra.
Nadia accionó los músculos adecuados con una cadencia armoniosa para sortear el ataque de Polilla ejecutando una cobra perfecta. Al tiempo que decía:
-Ay, no. Esque tengo novio.
Polilla en ese momento dudó hasta de su propia existencia. Las leyes más básicas de la física estaban a punto de dejar de tener significado para él. ¿Una cobra? ¿cómo era posible? ¡si todo apuntaba inequívocamente al glorioso triunfo! Polilla no entendía nada. Volvieron por el mismo camino y al poco estaban de vuelta en con el resto de jóvenes ebrios. Ella se fue con sus amigas y él se acercó a Kajetilla y Nacas que le miraban con sonrisa socarrona:
-¿Qué, qué tal ho, triunfaste, campeón?
-Tío, una puta mierda. Estaba todo clarísimo y va y me hace la cobra.
-Calllllllla ho! Vaya putada. Pues es bastante guarra la tía. De hecho antes me morreé con ella y con su amiga a la vez en el baño.
Polilla no daba crédito. Decidió darle unos buenos tragos más al calimocho a ver si por lo menos pillaba una buena merluza. Era casi de noche. Ya empezaba a intentar quitarse todo aquello de la cabeza cuando reparó en que la chica estaba tonteando cada vez mas descaradamente con otro chaval. A los cinco minutos la nueva pareja recoje sus abrigos y se marchan juntos.
“Qué cabrona. ¿Qué cojones pasó?¿qué tiene él que no tenga yo?¿no lo entiendo joder! Si estaba todo claro? Esto es la ostia. ¿Pero… se lo va a pillar? Me dijo desde un principio que tenía novio pero que estaba fuera, así que no puede ser él. ¿Y todavía se lo va a pillar?”
Algo dentro de Polilla hizo que cogiera él también su abrigo y, sin perder de vista a la pareja que se marchaba, se despidiera de sus colegas. Decidió seguirlos. Tenía que ver con sus propios ojos que se lo iba a pillar. En cuanto recorrieron un par de calles a Poli le empezó a divertirle al situación. ¿A quién no le parece apasionante cuando en una película alguien cuidadosamente sigue de cerca a un sujeto? Es algo que requiere destreza. No ser visto y no perder de vista. Doblan una esquina… cuidado que se paran en el semáforo…
Así teníamos a Pol. Borracho y con la mitad de una botella de calimocho siguiendo a una parejita.
En un momento dado el seguimiento se tornó más complicado. Se acercaban a una zona residencial y la calle era larga y estrecha. Sin recovecos donde esconderse. Pero la pareja se paró en una marquesina de autobús donde había más gente. Si se acercaba más podría ser fácilmente visto. La acera estaba limitada por una valla,un seto de medio metro de ancho pegado a ésta, y tras el seto estaba el césped que rodeaba un edificio. Saltó la valla y atravesó el seto. Se encontraba en un extenso y cuidado césped con pequeños arbustos. Utilizó éstos para acercarse, escondiéndose de uno en uno en plan profesional. Se encontraba a seis metros de la pareja. Llegados a este punto, el superdetective no podía irse sin más. Queria acercarse lo suficiente como para escuchar su conversación. Estaban en la parada de bus, tras ellos la valla metálica y el seto. Según los cálculos de Polilla, al estar ellos cerca del seto no podrían verle a él, pero él si los veía. Se acercaría hasta detrás de ellos y escucharía lo que hablaban. Salió de detrás del último arbusto de cuclillas, como un verdadero ninja ultrasigiloso, y cuando llevaba recorridos dos de los seis metros…
-Hey! ¿Pero tú qué haces ahí?- La voz de Nadia en un tono medio de sorpresa medio divertida.
Un latido sacudió las sienes de Polilla. Otro latido le hizo sentir que la sangre le subía a la cara. No podía ser. Le habían descubierto. Ahí de cuclillas en medio de aquel jardín vacío. Y toda la gente que esperaba al autobús mirando. El Sargento Polilla dio media vuelta y echó a correr en dirección contraria lo más rápido que pudo.



2 comentarios:

  1. jajajajajajajaajajajaja, es brutal jajajajajaaj. Como jode que te hagan la cobra cuando crees que ya lo tienes todo ganao

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  2. jajajajajajajajajaj la historia del seto jajajajajajajajaja

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